3/04/2008

Ángel caido


Ángel, me llaman ángel, pero en realidad ángeles podemos ser todos, es así que esa palabra está sobrevalorada, despojada de todo su candor, de toda su alma, de toda su dulzura. De toda fortaleza que emanaba de ese término inexorable, como lava de un volcán incandescente, como rugido de ese mar de plata. Soy ese elixir de la vida que se resguarda en las noches de lluvia a la sombra de las puertas del infierno. Llamadme ángel, pero ángel caído.

Como patidifusa me encuentro, arrodillada en esta senda del olvido, con mi lámpara incandescente en la mano, vagando sin rumbo entre la fronda, la maleza y la espesura de este estrecho sendero en los atardeceres de invierno. Como abigarrados, los colores del ocaso envuelven con su manto mi lecho de hierba, barro y rocío. No miro hacia atrás, indolente, insensible, impecablemente mal vestida, ruego a Dios y al cielo que algún día se me recompense por el trabajo ejecutado, por una bendición merecida, por la consecución de ese sueño de los fieles, por una lágrima sutilmente arrancada de esta estoica figura alada.

Algunos quizás me recuerden, como aquella figura que les prometió el cielo y que, sin pensarlo dos veces, les tendió su mano helada y los empujó hacia la luz de un nuevo día. Ellos, que anclados en las rejas de aquel mar de fuego y sangre, gemían y se quejaban de esas batallas perdidas, de esas purgas que, fútiles, se habían quedado sin la luz del amanecer al medio día. En realidad no les engaño, pues me dirijo a ellos sabiendo de antemano a lo que venían, sabiendo que sus razones eran incongruentes, que necesitaban una ayuda para salir de ese mal de lágrimas en el que estaban condenados, sin un atisbo de perdón ni de redención.

Llamadme ángel, sí, pero ángel caído. Pues me dedico a sacar del pozo de las penumbras a todos aquellos mortales que, sin dilación, me lo pidan de forma impávida, sin dudas, sin temor. Yo les complaceré de forma acuciante, si veo en sus ojos y en sus recuerdos la felicidad suprema. Aquella que sólo consiguen los que no cometen latrocinio a la razón, los que son fieles a sus principios, los que se dedican a pensar más en los demás que en ellos mismos, los que lo dan todo para todos. Ésos, solamente a ésos, yo les puedo salvar. Me miran con los ojos desencajados, con la piel agrietada, las manos agavilladas, como si me pidieran limosna para poder sobrevivir. Uno a uno, los voy mirando, los estudio, los barajo, los llevo a mi terreno, los engaño. Pero en realidad, el que me engaña es el todopoderoso a mí. En realidad, yo soy la que siempre acabo perdiendo.

Los rescato, los dirijo por caminos inexpugnables hacia la salida, la redención, hacia el cielo. Los embarco en un viaje donde no hace falta pagar al cancerbero, donde todos tienen su merecido, donde no hay iniquidad, donde los justos son justos y los injustos pagan por sus batallas perdidas. Donde el dinero no corrompe a los seres vivos, donde en realidad, no estamos vivos sino que, en pleno paroxismo, nos creemos los dueños del mundo, de esa realidad cruel y despiadada en la que, quien no tiene dinero, no tiene identidad, no vide, no ama.

Ángel, me llaman ángel, pero soy un ángel caído. ¿Dónde me quedo yo? ¿Cuál es mi sitio en esta tierra desguarnecida de toda bondad, de toda equidad, de toda justicia? Yo me quedo allí, sola, cuando todo el mundo se ha ido, cuando todo el mundo ha sido rescatado de su adversidad, incluso de sí mismo. ¿Qué me queda? Miles de palabras agradecidas, miles de muestras de aprecio, miles de abrazos vacíos, llenos de sonrisas fútiles, miles de nadas. ¿Quién me saca a mí de este sendero sin salida?¿Quién me saca a mí de este reguero de sangre tostada al sol, calcinada, mustia. ¿Quién es capaz de devolverle una sonrisa a esta cara desencajada, sobria y pálida? ¿Quién es capaz de devolverle el habla a esta figura tácita, comedida e incomprendida? ¿Quién? …

Por eso llamadme ángel, pero ángel caído, ángel callado, ángel austero, ángel solícito, ángel sincero. Aquella figura alada que se dedica a dar cobijo a todos los puros que no conciben el infierno como lugar de residencia, como un sitio para hallar la paz. Me dedico a darles luz hacia otra senda, una que se adecue más a lo que ellos desean, a lo que realmente son, a cómo ellos se sienten. Por eso estoy caído, porque no me encuentro ni entre los puros, ni entre los impuros, porque comparto las desventajas de estar en los dos sitios a la vez sin una mísera excelencia, sin una pequeña recompensa que me ayuda a continuar, que me indique que estoy vida, que por las noches no me haga llorar.

Por eso y mucho más, llamadme ángel, sí, pero ángel caído

1 comentario:

Amano dijo...

Te dije que me lo leería y no mentí :)

Está muy bien...y me ha recordado que una vez me mandaste un texto que no he leido aún.

No hay mucho más que decir. Puestos a ser criticón diría que bañas tu relato con algunos epítetos más de la cuenta...incluso puede que alguno no está donde debe pero tendría que sacar el diccionario para confirmarlo y blabla :P

Mola. A ver para cuándo el próximo ^^